Les contaré una historia!
Hace 7 meses y medio nació mi bebé, a quien cariñosamente llamo: “Dulcito e Coco”. Durante el embarazo subí 17kg, sí 17, imposible de creer, y de pensar. Todavía me pregunto en dónde entraron 17kg de más en un cuerpo de 1.56 cms de estatura (lo sé, soy un Minion).
Pues bueno, se alojaron en todas y cada una de las partes de mi cuerpo y aunque amé estar embarazada, pues fue el estado más feliz de mi vida, tengo que confesarles que sentía pánico de sólo pensar en que quizás nunca se irían y que yo jamás volvería a ser la misma.
Después de casi 8 meses los kilos se fueron, pero efectivamente nunca volví a ser la misma, y me encanta. Amo la Cata en la que me convertí después de ser madre, pues no sólo soy mamá, ahora me siento más valiente, inspirada y mucho más empoderada.
La maternidad casi siempre nos deja “acabadas”, o así nos hace sentir, fuertes como madres, pero destrozadas como mujer. Sin embargo, saqué las fuerzas necesarias para levantarme de ahí donde hipotéticamente había caído, y empecé a reforzar mi teoría de que “la imagen es un reflejo de nuestra felicidad”.
Sé que todos dicen que lo que importa es la belleza interior, y estoy de acuerdo 100%, pero también estoy segura de que lo exterior sin duda refleja lo que pueda estar fallando al interior.
Por eso nuestro estado de ánimo o la situación por la que estemos pasando siempre se hace evidente en la ropa que elegimos para determinado día, el peinado, e incluso el maquillaje.
Entonces no hay problema con los tenis, el chongo, o la playera grande, ese look
puede ser sumamente fashionista, depende simplemente del estilo y definitivamente la actitud con que se lleven.
*ACLARO: Este post no se trata de ser gordo o flaco, alto o bajo. Incluso creo que vivimos en un mundo de paradigmas, rodeados de estereotipos que nos hacen sentir que siempre debemos cambiar nuestra apariencia. Creo que la felicidad está en la seguridad y confianza con la que tomamos la vida.